
Cuando lo primero es primero, soltar y dejar ir es más sencillo.
Por Edy Enrique Cruz Moreno, Maestro en Ciencias de la Familia
No sé si a ti te pase lo mismo, pero alrededor mío hay una situación de enfermedad y muerte que cada vez esta más próxima a mi círculo más cercano. Tengo miedo, preocupación, y mucha tristeza al ver tanto dolor. Esto como es de esperarse, eleva los niveles de ansiedad, provocando síntomas físicos incómodos, además de una continua sobre atención a los mismos pensamientos preocupantes. Y la intensidad de las emociones con los síntomas se van elevando cada vez más, hasta quitarme la paz. Por ello recurro a la oración, ya que es ahí dónde me encuentro, dónde me conecto, dónde vuelvo a dar orden a mi sentir más profundo; y digo que es ahí donde suceden estas cosas, ya que en la oración el amor de Dios me recibe con los brazos abiertos, y tengo la experiencia del Reino de Dios, la experiencia de vivir en el cielo, porque mi cielo es el mismo Dios que me une a sí mismo hasta llenarme con su plenitud.
Es en esa experiencia de Dios, donde reorganizó las prioridades, porque me doy cuenta que más que salud, larga vida, y seguridad para los que amo, mi deseo más profundo es que ellos también puedan experimentar esa plenitud, ese gozo de sentirse tan amados, que no tengan dudas de soltarse a ese infinito mar de amor espiritual donde Dios nos recibe en la oración, y en donde Dios me espera en todo su esplendor cuando la vida física llega a su fin. Únicamente cuándo ese deseo se vuelve mi prioridad, todo lo demás se vuelve secundario, y no quiere decir que no sea importante cuidar la salud, la estabilidad y seguridad, pero nunca más que el encuentro con la plenitud que es Dios. Y además en la oración descubro, que ese infinito gozo no puede ser robado ni por la muerte ni por la enfermedad ya que nada ni nadie me lo puede quitar.
Mi paz vuelve, pero no la paz que da la seguridad de la salud, del dinero y la estabilidad, sino una PAZ en mayúsculas, escritas en Espíritu y en infinitud, porque es la Paz que sólo la impregna Dios en mí. Dónde la seguridad no se encuentra en la meta sino en el camino, ya que la meta qué es Dios se vuelve camino porque se convierte en Jesús, en un acompañante de nuestra vida terrena. Dónde la seguridad se vuelve encuentro con aquel que lo es Todo, y que sin tener nada estamos totalmente llenos. Dónde la seguridad no es no morir, sino vivir para fusionarse con el Amor, ese Amor que abraza con su misericordia a todos y nos reúne eternamente.
Y cuando estoy en Paz, con paz de eternidad, puedo fluir aún en la adversidad. Y puedo soltar cuando ya no pueda sostener en mis manos aquello que no depende de mí, como lo son estas circunstancias de enfermedad y muerte que me abruman en la pandemia. Y si puedo soltar, puedo volver a sonreír aún en el dolor de perder a un ser querido, porque no es un dejar ir a lo desconocido, sino un impulsar a lo más querido: al amor del que es todo amor.
Por eso cuanto más disfruto y gozo en la oración del encuentro con Dios, más deseo y anhelo para mí y los que amo, que vivan en su Reino. Por lo cual, la enfermedad y la muerte que no puedo controlar, no me asustan. Las veo como una oportunidad de acercarme o acercarme a los míos, a la verdadera felicidad.
Así entonces, vivir el duelo tiene un sentido, porque cuando lo primero es lo primero, soltar y dejar ir es más sencillo.
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