VIOLENCIA EN CASA
Por Adriana Hernández Zúñiga, Familióloga
Queridos hermanos y hermanas:
Les escribo con mucho cariño desde el lugar que me tocó vivir la pandemia: un hermoso departamento de 528 pies cuadrados (algo así como 49 metros cuadrados). Con mi esposo y nuestra perra pastor alemán en la misma área vital, jamás nos imaginamos vivir algo tan humanamente difícil y al mismo tiempo tan desafiante como aceptar la realidad como es y no saber cuándo va a cambiar, con alegría y esperanza.
Todos hemos observado: las noticias de todos los días en las redes sociales, los problemas con la economía, la falta de trabajo, el cambio forzado de hábitos, convivir con nuestra familia (ésa, a la que sólo se conocía 3 ó 4 horas al día), la falta de vida social, de escuela, del gym, del “cafecito”, de la graduación, de vacaciones, etc.; son pérdidas.
Por lo tanto, vivimos un duelo. ¡La humanidad entera está de duelo!
El duelo tiene cinco etapas: negación, ira, tristeza, negociación y aceptación. Es humanamente normal y las etapas pueden pasar, todas, en el mismo día y en distinto orden hasta que logremos vivir con lo que sentimos nos hace falta.
En esta carta les quiero resumir que los casos en que la ira como emoción y todas sus “hijitas” (enojo, enfado, molestia, irritabilidad, desagrado, furia, cólera, exasperación, fastidio, hostilidad y hasta odio) se están presentando en forma de violencia intrafamiliar.
Nuestro Señor Jesucristo nos dice: Todo aquél que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal. (Cf. Mt 5,22)
Recordando el precepto: No matarás, nuestro Señor pide la paz en el corazón y denuncia la inmoralidad de la cólera y el odio: La cólera es un deseo de venganza… constituye una falta grave contra la caridad; es un pecado mortal. El odio voluntario es contrario a la caridad. El odio al prójimo es un pecado cuando se le desea deliberadamente un mal. (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica 2302 y 2303).
Estamos llamados a vivir la paz de Cristo:
Primero.– Comienza por respetar la dignidad y valor de la persona humana en la familia… en todos y de manera recíproca: hijos, padres, abuelos, no nacidos y enfermos:
Segundo.- Haz una lista de todas las bendiciones que tienes alrededor. Casa, comida, WiFi, salud, diversión, familia, etc. Por lo menos 50. Normalmente nos enfocamos en la “psicología de lo ausente” y no en lo que sí tenemos.
Tercero.- Da gracias a Dios por las bendiciones recibidas de manera “gratuita y misteriosa”. Lo que estamos pasando en el mundo no se compara con las dos grandes Guerras o las pandemias de principio del Siglo XX, por ejemplo.
Cuarto.- Pregúntate, ¿Qué haría nuestro Señor Jesucristo en una situación así? ¿Qué diría María Santísima?
Quinto.- Disfruta día a día y repite la frase del P. Ignacio Larrañaga: “Señor, tú lo sabes todo, lo que estoy viviendo debe ser para mi bien.”
Por otro lado; si ya te diste cuenta que la intensidad de tu enojo es anormal, que ya tienen problemas con tu familia, en tu trabajo y con tus vecinos, que tu tolerancia a la frustración es nula, que los episodios violentos son cada vez más frecuentes y duran mucho y aparte le sumas el consumo de alcohol o alguna otra droga… necesitas urgentemente acudir con un profesional de la salud física y espiritual: psicólogo, psiquiatra o sacerdote. Ayúdate primero para ayudar a los demás.
Seguimos recibiendo tus preguntas o comentarios en:
Correo con–sentido ( adrianahdez7@gmail.com )
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